Micotoxinas en aves: ¿La amenaza oculta que afecta la vacunación de la parvada?

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    El sistema inmune de las aves está permanentemente amenazado por diferentes factores estresantes. El estrés –ya sea provocado por enfermedades o por condiciones ambientales– va a influir considerablemente en la salud y el bienestar general de las parvadas. Factores estresantes ambientales –como deficiencias en el manejo animal, la mala calidad de los ingredientes de las raciones o las dietas contaminadas (por micotoxinas)– están relacionados con una depresión del sistema inmune en los animales. Por otro lado, las infecciones virales y bacterianas también pueden provocar inmunosupresión.

    Todos estos factores estresantes muchas veces afectan tanto la resistencia frente a enfermedades infecciosas como la capacidad de una respuesta inmune adecuada; incluso si se han aplicado programas de vacunación correctos.

    En la industria avícola, las enfermedades inmunosupresoras –causadas por virus, bacterias o protozoos– se previenen y controlan con las vacunas. Sin embargo, los avicultores siguen teniendo dificultades para manejar los brotes de enfermedades que afectan la productividad de sus parvadas; a pesar de aplicar vacunas y programas de vacunación adecuados. En este artículo se explica cómo las micotoxinas –un desafío recurrente, pero muchas veces difícil de ser diagnosticado– puede ser uno de los factores implicados en el fracaso de los programas de vacunación.

    ¿Fallos de la vacunación o micotoxinas?

    La función principal del sistema inmune es detectar organismos y componentes externos –que no le son propios– para así dar una respuesta a esta amenaza [1]. Los dos mecanismos responsables de activar una respuesta lo constituyen la inmunidad innata y la adquirida. La inmunidad innata es considerada la primera línea de defensa que está constituida por barreras físicas y químicas (como la piel o las secreciones gástricas) o por el proceso de una respuesta inflamatoria que se da a través de componentes celulares (como los macrófagos y heterófilos).

    Por otro lado, la inmunidad adquirida interviene en la detección, la neutralización y la eliminación de los patógenos a través de la producción de anticuerpos (inmunidad humoral) y de células de memoria que ayudan a detectarlos rápidamente. Para ayudar a que ambos mecanismos activen eficazmente una defensa, los avicultores tienen que vigilar factores como la virulencia, el tipo de desafío, o el bienestar y el estado inmune de las aves [2, 3]. Por lo que es muy importante mantener la integridad del sistema inmune a la hora de adoptar un programa de vacunación para controlar enfermedades.

    La aplicación de vacunas y de programas de vacunación tiene un papel clave en la prevención y el control de las enfermedades infecciosas en las aves [4]. Su objetivo es reducir la duración y la propagación de la enfermedad, mitigar los signos clínicos y disminuir las pérdidas productivas. Si bien el uso de vacunas es una medida asequible dentro del sistema de producción avícola, su eficacia representa de todos modos un costo importante. En consecuencia, los fallos de las vacunas y de los programas de vacunación tienen un impacto sobre la rentabilidad, así como sobre el bienestar de los animales. Por ello, este desafío debe ser estudiado a profundidad.

    Algunas de las causas por las que las vacunas no tienen la eficacia esperada pueden deberse a problemas con las mismas vacunas, a fallos en la administración o a condiciones propias de las aves (como la inmunosupresión). Ciertos signos de animales inmunocomprometidos pueden obedecer a:

    • Reacciones vacunales adversas
    • Un aumento de las infecciones bacterianas secundarias
    • Una mala uniformidad de los lotes
    • Atrofia de los órganos asociados al sistema inmune
    • Una disminución de los parámetros productivos
    • Un aumento de la morbilidad y la mortalidad

    La inmunosupresión en las aves puede pasar desapercibida, ya que puede manifestarse de forma diferente en cada lote.

    Las micotoxinas son uno de los posibles agentes inmunosupresores presente en el alimento balanceado, en los sistemas de alimentación y en los materiales de la cama de las aves. Las micotoxinas son metabolitos secundarios producidos por hongos que muchas veces pasan desapercibidos, a menos de que se cuente con un programa de detección y acción bien establecido.

    Generalmente, el número de micotoxinas analizadas en una planta de elaboración de alimento balanceado se limita –como máximo– a cuatro tipos frecuentes. Sin embargo, esto no incluye a la gran mayoría de micotoxinas que existen. Por ejemplo, el análisis mundial de micotoxinas en las dietas para aves de 2020 arrojó un promedio de 8.2 micotoxinas por muestra analizada. Y señaló que el 99% de estas contenían 2 o más micotoxinas (laboratorio de servicios analíticos para micotoxinas Alltech 37+®: 397 muestras analizadas a través del método UPLC-MS/MS). Más del 56% de estas muestras contenían fumonisinas, tricotecenos tipo B, zearalenona, ácido fusárico y micotoxinas emergentes. Si bien los granos, sus derivados y otros ingredientes suelen verse más afectados; también pueden estar contaminados los materiales de las camas.

    Efectos de las micotoxinas sobre el control de las enfermedades y sobre los resultados de los programas de vacunación

    Las aves son sensibles a la mayoría de las micotoxinas, por lo que es muy importante considerarlas como una de las posibles causas de inmunosupresión [5, 6]. Las micotoxinas pueden afectar tanto las respuestas de la inmunidad innata como de la inmunidad adquirida en los animales; lo que reduce la respuesta vacunal. Y aunque son complejos los efectos de las micotoxinas sobre la rápida diferenciación y proliferación de las células, el mecanismo común de la inmunosupresión se da a través de la inhibición de la síntesis de las proteínas [7]. Por consiguiente, se observa una reducción de la síntesis de los anticuerpos y de las inmunoglobulinas [3, 5]. Una exposición crónica a las micotoxinas –incluso a concentraciones bajas– puede provocar inmunosupresión.

    Algunas de las micotoxinas más estudiadas que pueden alterar directamente la eficacia de las vacunas son las aflatoxinas, los tricotecenos, las fumonisinas y las ocratoxinas. Otras como el ácido ciclopiazónico, las rubratoxinas o la citrinina también pueden causar inmunosupresión y fallos en la vacunación [7-9]. Diversas investigaciones que han estudiado la respuesta vacunal frente al desafío de las micotoxinas han encontrado repetidas veces una reducción de los anticuerpos, un recuento de glóbulos blancos bajo, una disminución de los niveles de inmunoglobulinas, un menor peso de los órganos inmunes y una reducción general de la ganancia de peso corporal [7].

    A los virus conocidos por su efecto inmunosupresor se les suele controlar a través de una combinación de diversas vacunas y de estrategias para reducir el estrés [10]. Pero las micotoxinas pueden alterar la eficacia de las vacunas frente a los agentes virales que se sabe que causan inmunosupresión. Por lo que a pesar de la aplicación de programas vacunales se siguen observando en las parvadas desafíos como el virus de la Enfermedad Infecciosa de la Bursa (VEIB) o la enfermedad de Marek.

    Se ha observado en aves inmunizadas que la contaminación del alimento balanceado por aflatoxinas disminuye los títulos de anticuerpos contra el VEIB, el virus de la bronquitis infecciosa (VBI) y el virus de la enfermedad de Newcastle (VEN) [11, 12]. Asimismo, se ha demostrado que las aflatoxinas y la toxina T-2 alteran los programas de vacunación contra la enfermedad de Marek [13, 14]. Y se ha comprobado que las especies del género Fusarium –como el deoxinivalenol (DON)– disminuyen los títulos de anticuerpos contra el VBI y el VEN [15].

    Por otro lado, las micotoxinas también pueden afectar la progenie de los animales reproductores que han ingerido dietas contaminadas por aflatoxinas a través de una mayor mortalidad embrionaria, una baja tasa de supervivencia de los polluelos y una capacidad reducida de la progenie para hacer frente a las infecciones [9, 16].

    Las vacunas para controlar las enfermedades bacterianas son muy importantes en la industria avícola [17]; ya que el uso de antibióticos y la resistencia a los mismos siguen afectando la crianza de aves. Por lo que es clave aplicar las vacunas contra los patógenos de transmisión alimentaria (como la Salmonella spp.).

    Se ha demostrado también que las micotoxinas aumentan la susceptibilidad del epitelio intestinal a las infecciones bacterianas (como la Salmonella spp., la E. coli o el Clostridium spp.). [5, 18-20]. Y se ha observado que el DON y la toxina T-2 pueden favorecer el crecimiento y la supervivencia de la Salmonella dentro de los macrófagos; los cuales tienen un papel importante en la destrucción de los microorganismos bacterianos [19, 21]. Estas micotoxinas incrementan además las citocinas y las quimiocinas proinflamatorias en el tracto gastrointestinal y alteran las respuestas de las células B y T. Asimismo, las respuestas a enfermedades como la E. coli o el Clostridium también se ven afectadas por las micotoxinas.

    Se ha observado que el alimento balanceado contaminado con DON aumenta la incidencia de enteritis necrótica en los pollos de engorde –como consecuencia del daño intestinal–. Esto conlleva una mala absorción de las proteínas [18] y este aumento de nutrientes disponibles para Clostridium perfringens puede facilitar un entorno propicio para el crecimiento de microorganismos y la producción de toxinas.

    El uso de vacunas contra las coccidias es una herramienta común utilizada para evitar las pérdidas productivas generalmente asociadas a la coccidiosis. Las micotoxinas pueden retrasar la recuperación luego de un desafío con coccidiosis, afectar la morfología intestinal, agravar los puntajes de las lesiones y aumentar el número de ooquistes [22].

    Posibles signos clínicos y lesiones inducidos por micotoxinas observados en campo

    Los signos clínicos asociados a las micotoxinas con frecuencia son similares a los que se observan con otros agentes etiológicos. Es posible que una exposición crónica a bajos niveles de micotoxinas no muestre señales de advertencia relacionadas con el desempeño animal o con la susceptibilidad a enfermedades. Pero ya que las micotoxinas suelen afectar las células inmunes y la función intestinal, los avicultores deberían observar ahí primero los efectos de una posible exposición.

    En los galpones algunos de los primeros signos de advertencia que se presentan a causa de una disfunción intestinal son los suelos resbaladizos (o húmedos) y un mayor paso del alimento no digerido en las heces. Los niveles de amoníaco también pueden elevarse. A través de una inspección externa de las aves puede observarse un incremento de las lesiones por pododermatitis plantar, un aumento de las plumas sucias, una menor cobertura del plumaje o plumas erizadas. Asimismo, los animales también pueden dejar de ingerir alimento y aumentar su consumo de agua.

    Por otro lado, cuando las aves son sometidas a una necropsia pueden encontrarse lesiones orales y erosiones de la molleja (con o sin presentarse un caso de proventriculitis). Además, al analizarse los intestinos puede encontrarse un aumento de la enteritis de tipo mucoide, una destrucción de las células epiteliales, una alteración de la integridad de la barrera intestinal y un contenido cecal espumoso o acuoso pálido.

    En los órganos inmunes –como la bolsa de Fabricio, el timo y el bazo– pueden observarse una disminución del peso y casos de atrofia. Y el hígado puede mostrarse más pálido, friable e inflamado. Mientras que los riñones también pueden presentarse pálidos e inflamados –con una mayor acumulación de uratos en los glomérulos y uréteres–. Además, pueden verse afectados otros órganos y sistemas orgánicos.

    Estos signos clínicos van a variar dependiendo del tipo de micotoxina, el tiempo de exposición y la especie animal afectada. Y aunque estas señales –y muchos otras– pueden estar asociadas a las micotoxinas, es importante también descartar otros posibles agentes causales.

    Posibles efectos de micotoxinas en aves

      

    1. Falta de uniformidad y reducción en el crecimiento

    2. Atrofia de los órganos inmunes (como la bolsa de Fabricio)

      

    3. Alteración de la integridad intestinal (incremento de la mucosa, aumento de la destrucción de las células epiteliales o daño de la barrera intestinal)

    4. Hígado pálido y friable

    Estos ejemplos no son los únicos. Se pueden observar otras lesiones asociadas a una posible inmunosupresión inducida por micotoxinas.

    Considerar a las micotoxinas como una amenaza y conocer qué medidas adoptar para mitigar sus efectos

    No es fácil conocer con precisión cómo las micotoxinas afectan a una vacuna o a un programa de vacunación. Pero las micotoxinas influyen en la virulencia de los patógenos a través de un aumento de su capacidad para deprimir las células inmunes y alterar los factores de toxicidad microbiana.

    Si bien se ha investigado cómo las micotoxinas alteran el sistema inmune, sigue siendo necesario realizar más estudios para determinar la repercusión de las micotoxinas menos conocidas y los efectos de una exposición crónica a estas.

    Finalmente, cuando una vacuna falla siempre en una investigación completa debe considerarse la realización de un análisis de micotoxinas. La evaluación de los componentes del alimento balanceado antes de incluirlos en las raciones y las estrategias de mitigación pueden asegurar el éxito de los programas de vacunación en campo. Y el uso de un adsorbente que aborda el riesgo de la presencia de múltiples micotoxinas en las dietas, es también una medida eficaz para mitigar los signos clínicos asociados a las micotoxinas y ayudar optimizar los programas de vacunación.

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