El sistema maíz-soya: una gran oportunidad para Colombia

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    COLOMBIA – En el ámbito de los alimentos en Colombia, los sectores de mayor magnitud y crecimiento se concentran en fuentes de proteína animal como la avicultura (pollo y huevos), la porcicultura, la acuicultura y la ganadería.

    Según estadísticas de Fenalce (la Federación Nacional de Cultivadores de Cereales), el 87 por ciento de los alimentos balanceados, cuyas principales materias primas son -de lejos- el maíz y la soya, se destina actualmente a la avicultura. Pero hay otro demandante de alimentos balanceados basados fundamentalmente en maíz y soya, uno de los más dinámicos de cara al futuro: el sector de las mascotas. La transición demográfica, esto es el envejecimiento de la población, resultado del aumento de las expectativas de vida y del declinante crecimiento de los habitantes, constituye el motor de su geométrico desenvolvimiento.

    Con razón y visión, hace 16 años al inicio de las negociaciones del tratado del libre comercio con Estados Unidos, Robert Zoellick, el agresivo representante de dicho país para tales efectos, y posteriormente presidente del Banco Mundial, el primer tema que puso sobre la mesa en la primera reunión con el presidente Uribe y con quien escribe estas líneas en calidad de ministro de Agricultura, consistió en la liberación de las importaciones de alimentos balanceados de origen norteamericano para las mascotas, informa El Nuevo Día.

    Colombia pasó de producir 5.5 millones de toneladas de alimentos balanceados en 2012, a 7.8 millones el año pasado, y se encamina muy pronto a sobrepasar 10 millones, por cuenta de la fuerza imparable de su demanda interna. Pero con una dependencia cada vez mayor de las importaciones de maíz y soya.

    El país consume hoy 7 millones de toneladas de maíz por año, pero apenas produce 1.5 millones, e importa 5.5 millones. En soya, el consumo es de 2.1 millones de toneladas, pero sólo produce 62.000. Nos hallamos frente a la más promisoria oportunidad para ocupar parte de la frontera agrícola apta para la producción de granos del país, en la actualidad ociosa, y así satisfacer con materias primas nacionales y empleo rural propio este mercado en incesante aumento.

    Pero se me dirá, ¿y qué de la competitividad? Si bien es cierto que por cuenta de los monumentales subsidios norteamericanos a sus agricultores el precio del maíz en la Bolsa de Chicago ronda los 134 dólares por tonelada, puesto en Colombia, habida cuenta del costo de los fletes y demás factores de logística, supera los 220 dólares. Y con un rendimiento promedio de 7 toneladas por hectárea, perfectamente alcanzable con las tecnologías del presente, se lograría una atractiva rentabilidad. Las tierras aptas abundan. Para la muestra, un botón: Meta, Vichada, Córdoba, norte y sur del Tolima, Caquetá…

    Las tecnologías de punta están disponibles, como la transgénesis y la edición genómica, cuya apropiada adopción nos permitiría superar fácilmente 10 toneladas por hectárea de maíz y más de tres de soya.

    Pero a fin de que ese objetivo se pueda cumplir, se requieren otros requisitos indispensables para el desarrollo de la agricultura en general: Primero, seguridad jurídica sobre los derechos de propiedad de la tierra, condición insustituible con el objeto de atraer inversión nacional e internacional. Vale decir, más tecnología que ideología.

    Segundo, acceso de la juventud de talento a la misma, separando la condición del propietario de la del productor. Vale decir, creando un mercado movido por el arrendamiento, el comodato o el usufructo en horizontes de largo plazo, Y tercero, un plan masivo de construcción de vías terciarias. Vale decir, la ampliación de la frontera agrícola sin colocar en riesgo nuestros ecosistemas más frágiles.

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