Han pasado 25 años desde que se lanzó el ambicioso plan de saneamiento del Río Salado, una obra vital para mitigar las históricas inundaciones que afectan a vastas zonas productivas del interior de la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, a pesar de los estudios, la planificación y los fondos ya comprometidos, la obra permanece inconclusa. En una entrevista radial, el presidente de CARBAP, Ignacio Kovarsky, expuso con crudeza la situación actual y su impacto.
Uno de los puntos más críticos es un tramo de 4,2 kilómetros que, si bien está planificado y cuenta con auditorías aprobadas, no ha sido financiado por el Estado nacional, generando un “tapón hidráulico” que impide el correcto escurrimiento de las aguas. “Es como si alguien pisara una manguera: el agua no pasa y se inunda todo. Los contratistas se fueron porque no se desembolsan los fondos. Es lamentable”, subrayó.
La falta de continuidad política es un patrón recurrente. Desde los gobiernos de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal, que impulsaron el financiamiento internacional, las obras fueron ejecutándose por etapas. No obstante, con los cambios de administración, el proyecto perdió impulso. “Esto no da votos, no se ve. Pero da producción y riqueza. Y eso parece que no interesa”, lamentó el titular de CARBAP.
La cuenca del Salado es estratégica para la producción agropecuaria: abarca desde General Villegas hasta Junín, y representa una de las zonas de mayor aporte de carne, leche y granos del país. Según Kovarsky, no solo se contabilizan pérdidas por los daños directos de las inundaciones, sino también por el potencial desaprovechado de tierras que podrían estar produciendo a máxima capacidad.
Ante la falta de respuestas concretas, CARBAP continúa elevando reclamos tanto al gobierno nacional como al de la provincia de Buenos Aires. Mientras tanto, miles de hectáreas permanecen bajo el agua. “La semana pasada llovieron 20 mm en Olavarría, que ya estaba anegada. En Carlos Casares siguen tapados. Y con los días cortos y las temperaturas bajas, el agua no evapora. Así, quedará hasta primavera”, explicó.
La entrevista dejó al descubierto una realidad incómoda: la postergación de obras estructurales, necesarias pero políticamente poco rentables, termina costando millones y atentando contra el desarrollo productivo. “Cada vez que pasa una nubecita, los productores se levantan mirando el pronóstico con miedo. No podemos seguir así”, concluyó Kovarsky.