La industria frigorífica de la provincia de Buenos Aires experimenta una presión estructural que amenaza su sostenibilidad. Así lo describió el especialista Juan Luis Uccelli, quien delineó un panorama alarmante: “Los costos subieron de una forma impresionante y el precio del recupero no acompañó; incluso algunos, como el cuero, bajaron”. En otras palabras, el modelo económico que permitía a las plantas equilibrar sus cuentas mediante la venta de subproductos como la menudencia, el sebo o el hueso, ya no resulta viable.
La preocupación, además, se centra en la caída del volumen de faena destinado al mercado interno, mientras la exportación mantiene firme su demanda. “Hoy hay muchas plantas que están en conflicto”, dijo Uccelli, aludiendo a una situación que, en algunos casos, roza el cierre inminente. El ingeniero explicó que una de las estrategias para sostener la actividad es cobrar por el servicio de faena, como ya sucede en provincias como Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba. “Cobrar 100 pesos por una media res que vale 8.000 o 9.000 pesos no cambia nada para el carnicero, pero permite sostener el empleo en muchos pueblos donde el frigorífico es la principal fuente laboral”, afirmó.
Otro frente de tormenta es la competencia desleal entre plantas, algunas de las cuales compiten mediante la evasión de impuestos y cargas sociales, lo que las vuelve más atractivas para usuarios que abandonan establecimientos en regla. “Ante la desesperación, hay frigoríficos que empiezan a ‘robar’ usuarios. Y por qué pueden hacerlo: porque no pagan impuestos ni servicios. Eso es totalmente desleal”, denunció Uccelli, reclamando controles más estrictos por parte del Estado. “No pedimos cierre de plantas, pedimos adecuación. Algunas plantas no deberían estar funcionando, pero tampoco queremos que la gente se quede sin trabajo”, agregó.
La tensión también se manifiesta dentro del propio sector frigorífico. Uccelli señaló que hay temor al cambio y desconfianza para implementar medidas colectivas, como el cobro generalizado de servicios. “Se había llegado a un acuerdo con CAMIA para cobrar los 100 pesos, pero no se está ejecutando por miedo a perder usuarios. Entonces se vuelve la ley del oeste: el que saque el revólver más rápido, gana”, graficó con crudeza.
Sobre el consumo interno, Uccelli sostuvo que se mantiene alto en algunos sectores, pero que ya comienza a reflejarse una caída en los sectores de menores ingresos. “La clase media-baja y baja está dejando de comer carne vacuna. El pollo ya le viene ganando hace tiempo, y hoy por hoy el vacuno está en constante baja.” Además, anticipa que en 2025 la situación puede empeorar si se materializa una fuerte retención de hembras por parte de los productores, algo habitual cuando los precios son positivos y se busca recomponer stock. “Si a eso le sumás un 30% más de exportación, va a haber menos carne en el mercado local”, advirtió.
En este contexto, las carnes alternativas como el pollo y el cerdo ganan terreno, consolidando una tendencia de redistribución del consumo, que ya suma 117 kilos por persona por año entre todas las proteínas. “Entre el cerdo y el pollo ya superan ampliamente el consumo de vaca”, reafirma Uccelli, aunque reconoce que el foco debe estar en cómo mantener la fuente de trabajo: “Para eso hay que ser más eficientes, avanzar en la cadena de valor”. La industria cárnica argentina se encuentra en un punto de inflexión donde las decisiones del presente definirán su estructura futura.

