La industria avícola argentina ha crecido sostenidamente en las últimas décadas, posicionándose como una de las más dinámicas dentro del sector agropecuario nacional. Sin embargo, con el aumento de la producción surge la necesidad de repensar las prácticas ambientales en las granjas, algo que Alexia Rolandelli, bioingeniera con maestría en gestión ambiental y diplomatura en cambio climático, viene promoviendo desde su rol como consultora habilitada. “Tengo la suerte de participar en toda la cadena avícola, desde plantas de incubación hasta ponedoras y reproductoras. Acompaño para obtener el certificado ambiental y asesoro en la implementación de sistemas de gestión”, explica.
Para Rolandelli, el enfoque clave está en aplicar una estructura metodológica que permita ordenar los procesos dentro del establecimiento, priorizando cinco pasos fundamentales para la gestión ambiental: identificar el problema o residuo, trasladarlo, tratarlo, disponerlo y controlar el proceso. “La gestión requiere planificación y compromiso, dos elementos que en general el productor tiene, pero necesita ordenar”, señala. Esta lógica, aparentemente simple, revela vacíos habituales en la operación de las granjas.
La ingeniera sostiene que muchas veces se pierde de vista que “la granja es un sistema, no está aislada”, por lo que centrarse únicamente en el manejo interno del galpón —como bioseguridad o bienestar animal— puede dejar al descubierto aspectos cruciales del entorno. Cita como ejemplo recurrente la falta de control de plagas: “Me ha pasado de ir a un establecimiento con problemas graves de plagas de roedores. Me decían que tenían dos veterinarios, pero en el exterior el control era nulo”. Los roedores no solo comprometen las instalaciones y el alimento, también son vectores de enfermedades, lo que refleja la necesidad de una mirada más amplia.
El desbalance entre el seguimiento interno y externo de los establecimientos también se manifiesta en otros aspectos, como el manejo de moscas, que pueden generar conflictos con las comunidades vecinas. “Las moscas no solo son una molestia en la producción, sino que afectan la convivencia con la comunidad rural cercana”, remarca Rolandelli. A esto se suman fallas sistemáticas, como la ausencia de redes antipájaros, que permiten la entrada de aves silvestres y, con ellas, posibles contaminaciones.
Uno de los aportes más valiosos de Rolandelli a la industria es su capacidad de integrar visiones técnicas diversas. “El veterinario se enfoca en bioseguridad y bienestar animal. Yo, con mi mirada de ingeniería, me concentro en la gestión integral, porque todo está conectado”, afirma. Su enfoque se diferencia por ver a la granja como un sistema abierto, afectado y afectante de su entorno, algo todavía no del todo interiorizado en el sector.
La evolución de la producción avícola ya no puede prescindir de una perspectiva ambiental ordenada. La experiencia de Alexia Rolandelli demuestra que la mejora en la eficiencia productiva no solo se logra con la alimentación o la genética animal, sino también con un control exhaustivo del contexto, el entorno físico y los residuos. El concepto de sustentabilidad, tantas veces mencionado en políticas y discursos, aterriza en estos detalles que marcan la diferencia entre una industria avícola del pasado y una preparada para el futuro.