“La bioseguridad es todo”, sentencia Leonardo Leiva con la certeza de quien ha recorrido las granjas argentinas y ha vivido en carne propia las consecuencias de su incumplimiento. Desde su rol en Cabaña Avícola Feller, una de las principales proveedoras de genética aviar en el país, Leiva destaca que, si bien se habla constantemente de prevención, todavía hay sectores de la producción que no internalizan del todo la gravedad de ciertos descuidos. En la memoria reciente del sector, la aparición de la influenza aviar en 2023 marcó un antes y un después, tanto por su impacto sanitario como por las consecuencias económicas y comerciales.
El golpe fue fuerte. “China se abrió hace un par de meses nada más y todavía no se llegó al caudal de exportaciones que había pre-pandemia”, recuerda Leiva, dejando claro que la recuperación de mercados perdidos no ocurre de la noche a la mañana. La confianza, una vez rota, se reconstruye con dificultad, especialmente en un contexto de alta competencia a nivel global donde otros países pueden ocupar rápidamente los espacios que deja Argentina. El impacto se sintió en todo el ecosistema avícola, afectando también a la producción de huevos, que si bien vive una etapa de bonanza, no está exenta de riesgos.
Una de las amenazas latentes es la proliferación de enfermedades que surgen precisamente por fallas en los protocolos de bioseguridad. Este año, por ejemplo, se registraron brotes de laringotraqueítis en Crespo, Entre Ríos, uno de los núcleos más importantes de la avicultura nacional. “Pasó por varias granjas de la zona y eso fue por bioseguridad. Ha fallado algo”, explica Leiva, quien insiste en que esta debe ser una tarea conjunta entre todos los actores productivos. En zonas de alta densidad avícola, donde hay 50 o 60 productores en pocos kilómetros cuadrados, la negligencia de uno puede poner en riesgo a todos.
La falta de organización en este sentido queda expuesta cuando se siguen utilizando granjas reiteradamente vinculadas a brotes sanitarios. “Hay granjas que hacen las cosas muy mal y las siguen agarrando”, apunta Leiva. La solución lógica parecería ser sacarlas del circuito productivo, pero en la práctica esto no sucede: “a veces el castigo es ponerles menos pollos, pero eso no resuelve nada”. El círculo vicioso persiste alimentado por la necesidad de alojamiento y una visión cortoplacista que pone en jaque la integridad del sistema.
El sector de ponedoras comerciales atraviesa hoy una exuberancia productiva. El alto precio del huevo y los bajos costos motivaron la reactivación de granjas viejas, muchas con antecedentes sanitarios preocupantes. “Hoy ya las veo pobladas”, dice Leiva, con preocupación y realismo. El exceso de gallinas en producción augura un ajuste de mercado hacia fin de año: “Nunca hubo una población tan importante de gallinas. Esto más temprano que tarde termina repercutiendo en una crisis de rentabilidad”, advierte.
Finalmente, Leiva resalta la importancia de contar con genética de calidad como la que ofrece Highline, marca líder en el país en ponedoras comerciales. Cabaña Avícola Feller comercializa dos líneas principales: la Highline W80, blanca, y otra alternativa. A través del acompañamiento técnico y el compromiso con las buenas prácticas, la genética se convierte en una herramienta más para lograr sostenibilidad en el tiempo, pero siempre bajo el paraguas irreemplazable de una bioseguridad efectiva, compartida y responsable.